viernes, 18 de noviembre de 2016

Galicia - Rias Bajas



                Todavía permanece en mí el aroma a eucaliptos, a musgo, a salitre… el sabor a caldo con grelos, pulpo, almejas,  albariño… y la humedad en el rostro de  esa brisa fresca que solo en una ría puedes encontrar acariciando tu rostro, de mi reciente y último viaje a Galícia, mas concretamente a la Ría de Arosa y comarcas cercanas. 

            Galícia es eso y muchísimo más. Es magia en sus rincones te encuentres donde te encuentres. Allí entiendes lo que es amor a la naturaleza en estado puro.

            Que no decir de sus Pazos monumentales, signo nobiliario donde los haya, de arquitectura señorial por excelencia, auténticos palacios, inmensos, cuidados, robustos.

            Hasta en los elementos más inesperados la piedra de granito está presente y y su uso es un derroche. Enmohecida en los muros de sus viejas iglesias (no hay pequeña aldea o población que no te sorprenda con su ermita, convento o iglesia levantada a base de piedra salpicada por diminutas plantitas verdes nacidas en las uniones de cada bloque de cantería, ennegrecidas por el paso de los años, con mohos en sus bases y líquenes de tonalidades tenues que van desde el blanco hasta el amarillo intenso o marrones rojizos).

            Cruceros sorprendentes con tallas mil regando plazas y caminos de su geografía de misticismo profundo.

            Los lindes de sus campos de legumbres, los pivotes que sujetan las cepas de sus viñedos alineados milimétricamente, en sus miles de hórreos personalizados, en sus cuadras, en sus casas…  , y tantos lugares impensables que tienen su alma de piedra.

            Sus carreteras serpenteantes están flanqueadas por bosques de eucaliptos, robles, pinos, helechos gigantes, hojarasca, hierba y centenares de arbustos  que te ofrecen sus aromas durante todo su recorrido y a través de los cuales se filtran increíbles rayos de sol y en ocasiones se visten de nieblas sedosas que crean sensaciones mágicas.
   
            Riachuelos de aguas burbujeantes, saltarinas, que atraviesan molinos y nutren sus campos dándoles esa gama de verdes que todo lo inundan. Y cada poco su puente rústico, de madera o piedra de nuevo que te permite coserlo en zig-zags relajantes.

            Y sus rías son un espectáculo único ofreciendo con sus mareas una visión totalmente diferente, ora cubierta de aguas tranquilas ora descarnadas, con las parcelas de marisqueo perfectamente delimitadas, sembradas de conchas muertas  en su superficie pero millonarias de almejas, berberechos, vieras… en su vientre. Ver marisquear es todo un rito. Barca a barca, cada una con sus trabajos independientes, extraen, seleccionan y portan recipientes repletos de manjares suculentos.

            Otros a pie con sus rastrillos en manos realizan esa misma faena. Sin prisas pero de forma constante e incansable. Las lonjas serán el primer destino de su fruto y sus cuidados restaurantes, furanchos, tabernas y hasta pequeñas tascas serán el templo donde se degustarán bien regadas con un fresco albariño o ribeiro, amén de otros caldos cuyos orígenes se remontan a mas de 2.000 años.

            Y no olvido su rodaballo, meros, lubinas, pulpo, bogabantes, centollas, nécoras, cigalas…Dios que riqueza en sus manjares.

            Si hablamos de carnes, su ternera, lacón, … yo que sé cuantas opciones mas te ofrecen allá donde pares a yantar.

            Empanadas mil, redondos panes sobre los que saborear sus exquisitos quesos tan diferentemente elaborados y cuyo solo aroma resucita a los muertos.

            Y mención especial sus gentes, de carácter reservado al conocerles pero amenos y alegres al tratarlos. Con ese acento especial que cuesta en momentos comprender pero que se te pega cuando menos te imaginas.

            Hospitalarios y nobles.

            Y con todo lo que pueda parecer en lo descrito es solo la punta del iceberg. Omito detalles que por sí solos llenarían un tomo.
            













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