lunes, 31 de octubre de 2016

Una historia de la noche de halloween

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         Una bella y triste historia de Anónima.


        Hace trece años, volví a recuperar una amistad de la niñez. En la época del colegio, aunque yo era compañera de clase de su hermana pequeña, siempre sentí hacia ella esa admiración que me producía verla correr por el patio, durante los recreos, con su ortesis en la pierna corriendo como cualquier otra niña, con su espesa melena negra al viento y su sonrisa en la boca. A los tres años la polio hizo mella en su pierna pero no en su cerebro. En ocasiones nos sentábamos las dos en un poyete mientras comíamos el bocadillo y nos contábamos nuestras inquietudes, nuestras alegrías, nuestras esperanzas... Al cabo de 33 años nos volvimos a encontrar y nuestra amistad volvió a fluir como si ese tiempo no hubiera transcurrido. 

        En 2003, la noche de halloween, chateábamos entre nosotras a través de Messenger, el whatsapp de la época. Comentábamos las situaciones de las dos, sus disgustos con su hija, mi soledad del momento, las andanzas de ambas en diversas situaciones...y una cosa traía a otra y una lágrima a una sonrisa y la sonrisa a las carcajadas porque Ana tenía mucho sentido del humor y a mí me faltaba poco para seguirle en las bromas. Yo alargaba el tiempo porque quería que llegara la medianoche y poder ser la primera persona en felicitarla el día de su cumpleaños, tal era mi cariño hacia ella. Pasadas las felicitaciones y los buenos deseos para su nuevo año, continuábamos nuestra charla vagando los temas de acá para allá y siempre riendo. 

        Cada vez que nos conectábamos, por la noche, rara vez cortábamos antes de las tres de la mañana. Su pareja le decía, en la mañana, que el router aún echaba humo por la caña que le dábamos por la noche.

        Tres años después, otro primero de noviembre, su día de cumpleaños, tuvo que ser hospitalizada. Hacía poco más de una semana que se encontraba cansada, sin ganas de ir o hacer nada -cosa muy extraña en ella que siempre era la primera en apuntarse a vivir lo que fuera- y su hermana consiguió que fuera al hospital. Después de una serie de pruebas, se confirmó la terrible noticia: leucemia. Batalló día tras día, se buscó la peluca más favorecedora del mercado, la sonrisa no le abandonaba su bonita cara, y uno de sus mejores amigos la sorprendió viniendo a pasar la nochevieja con ella en el hospital. El 14 de febrero de ese año recién empezado tiró la toalla y se fue para siempre.

Y cada vez que oigo "Cuando un amigo se va" lágrimas como puños caen por mis mejillas llorando a la amiga que nunca más volverá pero que vive en mi corazón.

Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío,
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.


Cuando un amigo se va,
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.


Cuando un amigo se va,
una estrella se ha perdido,
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.


Cuando un amigo se va
se detienen los caminos
y se empieza a rebelar,
el duende manso del vino.


Cuando un amigo se va
galopando su destino,
empieza el alma a vibrar
porque se llena de frío.


Cuando un amigo se va,
queda un terreno baldío
que quiere el tiempo llenar
con las piedras del hastío.


Cuando un amigo se va,
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
porque el viento lo ha vencido.


Cuando un amigo se va,
queda un espacio vacío,
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.

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